Educar tiene que ver profundamente, con enseñar la belleza. Enseñar, como lo plantea Josep Maria Esquirol, está relacionado con mostrar. Y mostrar no es imponer, ni exhibir; es revelar con respeto lo que tiene sentido y trascendencia.
Los adultos de nuestra generación tenemos una tarea urgente: mostrar qué es la belleza a niños y jóvenes. Pero no podremos hacerlo si primero no la entendemos, no la reconocemos y no la habitamos.
Hemos abandonado la enseñanza de la belleza. Hay cierto culto a la fealdad, a la trivialidad. La hemos dejado en manos de fuerzas abstractas, y a veces, en manos de los propios jóvenes profundamente influenciables ante las directrices del “mainstream” económico. Las grandes empresas ven en ellos al cliente ideal: moldeable, dependiente, veloz. Y así, colonizan su tiempo y su sensibilidad, con una estética fácil, económica, artificial, y profundamente alejada de la riqueza auténtica de la vida.
Un ejemplo concreto, para acompañar está reflexión. El videoclip “Latina Foreva” de la artista colombiana Karol G. Visualmente impecable, pero simbólicamente vacío. En él, lo latino se reduce al cuerpo —no al ser—, al perreo —no a la danza—, a la oferta de sexo —no al amor. Una estética colorida, potente, pero incapaz de sostener lo verdaderamente bello: la complejidad. Y ser latino es, justamente, una experiencia compleja, bella en su misma esencia. Ya lo advertía Martín Caparrós en su ensayo Ñ de Ñamérica: lo latino es difícil de definir, pero está inmenso en riqueza. Tierra, mar, música, arte, cocina, juventud, vejez, abundancia y hambre, esperanza y frustración… Todo cabe en la palabra latino, pero casi nada de eso cabe en el “teta y nalga” que recita el estribillo de la artista.
El mensaje es claro. La estética del capital no necesita profundidad. Solo atención. Y en esa carrera por el clic, por la visibilidad, por el trending, nos alejamos —nosotros y nuestros jóvenes— de una posibilidad distinta de ser y de habitarnos. Cabe la pregunta ¿Qué podemos hacer desde la educación? Volver a mostrar lo bello. Pero no lo bello como “decorativo”. Sino lo bello como lo que vale la pena mirar con reverencia. El silencio, la perfección del cuero humano, el texto leído sin prisa, la cocina compartida sin ansiedad, la enseñanza presente.
Educar en la belleza es educar en la dignidad. Y esa es una labor pedagógica urgente. La tarea disruptiva y revolucionaria a la que estamos siendo llamados en nuestro oficio como adultos. Esperamos en Futura les resuene está reflexión y podamos reflexionarla y compartirla. Lo agradecemos
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